Una de las películas más lacrimógenas de Disney es El rey león y en algún momento hablaré de ella. No obstante, en esta ocasión pienso en una de las canciones Circle of life. La vida es pues un ciclo que repite generación tras generación y cada una de ellas se enfrenta a una serie de pasos similares en los que se siguen poniendo a prueba las fortalezas emocionales de nuestros complejos sistemas.
En el presente, la generación nacida entre los 50’s y los 60’s se encuentra (estoy generalizando, desde luego) en ese grupo humano que pierde a sus padres y a la vez sus hijos inician el camino de la independencia. Aunque siendo procesos totalmente diferentes ambos dejan huella perceptibles por igual.
El hogar empieza a quedarse un tanto vacío en el todo el sentido de la palabra, de ahí que los psicólogos hablan del síndrome del nido vacío, cuyas consecuencias en algunos casos pueden ser realmente funestas. El sentimiento de abandono y soledad puede ser inmenso si no se han fortalecido ciertos aspectos que servirán de norte en ese proceso. Sentimiento que puede llevar a tomar decisiones dolorosas y a veces equívocas.
Se deja de mirar hacia fuera (los padres) y se deja observar cada uno de los movimientos de los hijos (universidad, estudios en el exterior, trabajo). Se pierde pues la potestad sobre la vida ajena y de un momento a otro se recupera (si se tuvo) una independencia y un tiempo que llenar.
Se dice que es el género femenino (afirmación demasiado conservadora a mi gusto) quien sufre más del síndrome del nido vacío puesto que desaparece el motivo esencial de sus vidas: los hijos –y todo lo que traen consigo-. Ya no hay a quien vestir, a quien bañar, a quien dejar y recoger, con quien negociar un permiso, a quien defender de un profesor “injusto” o a quien justificarle los errores… Se ha una orfandad de madre: el hijo sufrió una metamorfosis y dejó de necesitar la protección que además: lo sofoca. Inclusive, contra más lejos se vaya de sus padres: mejor.
Crisis varias. Inclusive para ambos –padre y madre- que deben empezar a mirarse nuevamente a la cara, en el caso de haber dejado de hacerlo. No obstante, esa cara por el paso del tiempo ya no es la misma y en ese preciso momento es cuando se pueden dar muchos quiebres, de uno u otro lado.
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