I
Se tiene que dar inicio a una conversación con un grupo grande de chicos que está a poco tiempo de salir de la burbuja colegial para enfrentarse al reality show: la vida. (No obstante, igual creo que muchos pasarán de una burbuja a otra). Se trata de pensar en cómo poder comenzar a darles ciertos consejos y que estos puedan caer en terreno fértil y funcionar. Son tres adultos reafirmando el mensaje a su estilo.
II
Esta historia que luego continuaré, me recordó a una escena de mi vida laboral. Cuando un profesor no asiste a trabajar, los que estamos presentes debemos repartir su carga y realizar –dependiendo del horario- un reemplazo: encargarse de la clase en cuestión con cierto trabajo por hacer. La fiel, dilecta e irremplazable Aurora es quien tiene el penoso deber de tocar a tu puerta y entregarte la famosa “tarjeta celeste” con las indicaciones de tal tarea. Más de una vez, cuando la veo parada en la puerta de mi salón con cara de culpa y en sus manos la cartulina de dicho color, dramatizo con cara de ¿por qué a mí? y le digo: ¡¡¡¡¡NO!!!!! Aurorita, no me digas qué….. Me corto las venas con galleta de soda!!!!! Y ella, muerta de la risa solo responde: Perdón miss… No puede evitar, como dije, sentirse culposa de darme tan graves noticias. Aurora tiene un corazón de oro.
Durante algunos segundos de los treinta minutos que duró “el mensaje” estos adultos tal vez pudieron sentir que sus vidas corrían peligro, metafóricamente hablando, que a algunos chicos les hubiera gustado volver a la Grecia milenaria y desaparecerlos de la faz de la Tierra. Sin embargo, al final, cuando ya todo se había consumado, uno de ellos –bastaba con uno- se acercó con su mejor y transparente sonrisa y les dijo: Gracias. Los mensajeros habían sobrevivido.
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