viernes, octubre 30, 2009

La Grecia milenaria en las aulas de ahora



Es difícil conversar con un adolescente y buscar las palabras adecuadas para decirle que se está equivocando. Es difícil que te haga caso, y más difícil a veces: que te tome en serio.

I

Se tiene que dar inicio a una conversación con un grupo grande de chicos que está a poco tiempo de salir de la burbuja colegial para enfrentarse al reality show: la vida. (No obstante, igual creo que muchos pasarán de una burbuja a otra). Se trata de pensar en cómo poder comenzar a darles ciertos consejos y que estos puedan caer en terreno fértil y funcionar. Son tres adultos reafirmando el mensaje a su estilo.

II

Esta historia que luego continuaré, me recordó a una escena de mi vida laboral. Cuando un profesor no asiste a trabajar, los que estamos presentes debemos repartir su carga y realizar –dependiendo del horario- un reemplazo: encargarse de la clase en cuestión con cierto trabajo por hacer. La fiel, dilecta e irremplazable Aurora es quien tiene el penoso deber de tocar a tu puerta y entregarte la famosa “tarjeta celeste” con las indicaciones de tal tarea. Más de una vez, cuando la veo parada en la puerta de mi salón con cara de culpa y en sus manos la cartulina de dicho color, dramatizo con cara de ¿por qué a mí? y le digo: ¡¡¡¡¡NO!!!!! Aurorita, no me digas qué….. Me corto las venas con galleta de soda!!!!! Y ella, muerta de la risa solo responde: Perdón miss… No puede evitar, como dije, sentirse culposa de darme tan graves noticias. Aurora tiene un corazón de oro.

III
El speech empezó contándoles que antiguamente los griegos durante las eternas guerras tenían la costumbre de matar al mensajero cuando éste les daba una mala noticia. Como si la pobre criatura fuera responsable del lío que ellos mismos, seguramente, habían creado.
Indicarles cuál era el problema convertía en mensajeros a estos adultos que tenían parados en frente, con la muerte pendiendo sobre sus cabezas. Pero por el contrario, el conocimiento del mensaje, junto con algo de experiencia, les otorgaba cierta autoridad para poder darles algunos consejos pertinentes y algunos sacudones más pertinentes todavía. Fue complicado. Es complicado si ellos tienen confianza en sus profesores, y por un segundo equivocadamente se les cruza el sentimiento de que estos son una suerte de traidores que finalmente pertenecen al mundo adulto, y no solo adulto: a un mundo que los mantiene “encerrados” de 8 am a 3 pm, sometidos a un conjunto de reglas que puedan resultarles caducas, estúpidas y ridículas la mayoría de las veces.

Durante algunos segundos de los treinta minutos que duró “el mensaje” estos adultos tal vez pudieron sentir que sus vidas corrían peligro, metafóricamente hablando, que a algunos chicos les hubiera gustado volver a la Grecia milenaria y desaparecerlos de la faz de la Tierra. Sin embargo, al final, cuando ya todo se había consumado, uno de ellos –bastaba con uno- se acercó con su mejor y transparente sonrisa y les dijo: Gracias. Los mensajeros habían sobrevivido.
Hay que aprender de la Historia. El valor de educar también está en las lecciones que nos dejó la civilización griega...

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