En los tiempos arcaicos Juan salía a cazar para poder comer, descubrió el fuego y en su gran capacidad de poder hacer solo una cosa a la vez, me descubrió a mí. Soy el instinto gastronómico de Juan. Le adelanto: María me sufre.
Desde tiempos inmemoriables, Juan lleva en su ser una condición propia y meritoria: disfruta comiendo. Se conoce todos los sitios habidos y por haber, se pide los platos más originales y disfruta todo. Es el Gurú de los amigos; el Colón de la culinaria, puesto que se lanza a tierras ignotas, a veces pensando que llegará a la India, y efectivamente puede descubrir la América. Juan goza conmigo. Su pasión por la comida es obvia, porque mientras que su hijo se jacta de tener un sixpack abdominal producto del ejercicio diario y devoto, Juan se jacta, no menos, de tener el barril de chopp en el mismo lugar.
No obstante, no solo le gusta comer, disfruta leyendo recetas de cocina e imaginar en su cabeza esa alquimia maravillosa que se esconde detrás de los más ricos potajes que pueda llevarse a la boca. YO le ayudo a alimentar la fantasía y el estómago de todo aquello que deguste o sueñe con degustar. María me sufre, pero no puede ocultar que su felicidad también se basa en la felicidad de su compañero y a veces le fomenta que se deje llevar por mí.
Un buen día, Juan -hombre perseverante- se da cuenta que es posible dedicar cierto momento de su vida a abandonar el estrés laboral y dar rienda suelta a su creatividad. Decide darle un tiempo para entrar a la cocina, frente al fogón. Le cuenta a María que quiere preparar una receta y YO percibo una mirada reprobatoria, escéptica… que oculta una clara desconfianza y hasta desprecio por la aventura que Juan y yo emprenderemos. ¡Mujer de poca fe!
Después de leer, calcular, planear, comprar los ingredientes acompaño a Juan en una escena maravillosa. Al llegar de una reunión y antes de irse de nuevo a otra, Juan se saca el saco, y con camisa blanca, corbata London Tie puesta se coloca encima con el respeto que tal investidura supone: el mandil rojo de lunares blancos que le da cierto look de Doña Pepa, ante el cual María no puede disimular la carcajada. María es mala… no nos comprende. Juan valiente, esforzado no se amilana y prepara una salmuera en donde dormirá algunas horas lo que luego se convertirá en su obra maestra: un jamón del país.
Juan es feliz, tirios y troyanos celebran el resultado. El y yo –su instinto gastronómico- le sonreímos a María con una mirada que transmite un solo mensaje: … y tú que no creías ….
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