viernes, abril 18, 2008

Testimonio andante

En los roles que nos toca cumplir algunas personas en la vida, el que se presenta como el desafío más grande es el de ser padres.
A través de varias conversaciones con amigos e inclusive con mis hijos queda claro que uno no aprende esta profesión y que jamás se gradúa. Y si fuera así, hacerlo con honores sería humanamente imposible.
Una de las evaluaciones más fuertes por la que uno es sometido es aquella a la que podemos llamar “testimonio andante”, es decir: los propios hijos. Con esto quiero decir que es la misma sociedad jueza implacable la que califica la labor paternal a través de la visión del producto.
De ahí el esmero (sobre esmero) de tantísimos padres que se esfuerzan en presentar a sus hijos como individuos perfectos, prolijos, puros, diáfanos y verdaderos. Pues se vive ad eternum bajo la premisa por vuestras obras os conocerán.
Cuando son bebés, esperamos que le sonrían a todo el mundo, que coma toda su comida, que no diga alguna barrabasada en público… Padres: empiecen a temblar.
En la primera etapa de su vida escolar, que sea limpio, que cuanto más pronto controle sus esfínteres será mejor, que si duerme toda la noche, que si habla bien y pronuncia la “r”, vamos bien; pero resulta que a veces muerde, llora por cualquier cosa, no comparte sus juguetes, se come los mocos, le jala la trenza a la amiguita o le mete el dedo al ojo al conejo que hay en el jardín… Padres: empiecen a temblar.
El examen sigue durante la infancia, con detalle parecidos pero que termina involucrando aspectos más integrales como puntualidad, responsabilidad, habilidades sociales, etc. Vuelan por el ambiente familiar, tutores, psicólogos, profesores, terapeutas, y todo aquél elemento que pueda contribuir a que el susodicho “testimonio andante” no deje mal a sus progenitores.
La prueba de fuego es la adolescencia, ahí la cosa se pone buena. Muchos empiezan a justificar el carácter de sus hijos, disculpan, justifican, comprenden o inclusive solapan lo condenable. ¡Qué peligro! Padres: empiecen a temblar.
A ver... en dicho en primera persona suena así: Hijo mío, si tú muestras que “no das la talla” con las exigencias de la sociedad quiere decir que yo como padre he fracasado. Tus fallas son mis fallas. ¿Dónde me equivoqué? Te ruego, te imploro que no me dejes mal…. Monólogo interior que debe ser más típico de lo que creemos…
Dejemos de temblar, al final da lo mismo porque ni cagando vamos a pasar el examen... estamos condenados de por vida....

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Claudia, has planteado muy bien el tema. Nunca vamos a pasar el exámen. Cada día la sociedad pide más y nosotros estamos dispuestos a satisfacer. Los padres no hacen otra cosa que comentar las maravillas de sus hijos y seguro que todos tienen sus problemillas. Además, todo aquél que no entre dentro de los límites de la "normalidad" por arriba o por abajo, está condenado a ser diferente y por tanto señalizado. Esta sociedad consumista, uniformizadora, competitiva quiere que criemos hijos en la misma línea. Si le enseñas a ser crítico con ella, malo, tendrá que darse golpes contra la pared. En todo caso, no podemos elegir demasiado, le damos lo que somos y ellos toman lo que pueden (herencia y ambiente). Como leí en un artículo de Roberto Lerner (Espacio de crianza, Perú 21), durante la etapa de la infancia vamos comprando loterías (que aprendan esto, aquello, etc.), luego la vida juega su propia ruleta.

Laly

Flores de su pena dijo...

Verdaderamente, es una presión muy fuerte tanto para los padres como para los hijos.
No soy madre aún, pero como hija sé los remordimientos que implica "no ser" lo que los padres esperan (en todos los sentidos). Siempre estamos temerosos (as) de quedar mal ante las miradas de nuestros padres y el resto de los que nos rodean.
En un punto nos encontramos cumpliendo profecías maternales, complaciendo caprichos paternales, y cuando miramos hacia atrás, no sabemos dónde fue exactamente que dejamos de "ser" para "parecer" algo que otros anhelan.
Muy buen artículo.
Saludos.