viernes, enero 04, 2008

Ese maldito Sr. Parkinson

Hace unos días, conversando con mi almohada llamada JC, analicé qué era lo que más me había molestado de vivir junto a mi madre en sus últimos años. Es curioso, pero ante situaciones donde la muerte nos toca de cerca qué necesario y terapéutico resulta “sacarlo todo afuera”.
Efectivamente tenía una lista larga de aquello que me había costado tolerar y que en algunos momentos no había logrado y que, inclusive había terminado generando ciertas discusiones inútiles para ella o para mí. Finalmente, convivir con tu madre, teniendo una familia propia genera una dinámica complicada. Se quiera o no se quiera ciertas luchas de poder van apareciendo a lo largo del camino y cuando se juntan dos mujeres dominantes y de carácter fuerte, peor aún.
Sin embargo, hoy concluía que ninguna de las dos había sido verdugo en esta situación y que más bien las dos habíamos terminado siendo dos grandes víctimas de una enfermedad que la fue, literalmente, minando por dentro, un enfermedad de la que ambas teníamos poco conocimiento y que tal vez no estuvimos lo suficientemente preparadas para enfrentarla y por lo tanto, quizás no pudimos asumirla con mayor valentía y resignación.
Sí pues, terminamos –evidentemente más ella que yo- viendo cómo un cuerpo fuerte y sano se iba convirtiendo en una maquinaria en donde el sistema nervioso iba entrando en una fase degenerativa y el cerebro dejaba de mandar las señales eléctricas necesarias para que funcionara.
Cuando empezó a tocar la campana por cualquier cosa, cuando empezó a babear incontroladamente, cuando empezó a tener problemas con la digestión, cuando hacía comentarios desacertados, cuando tenía dificultades para hacerse entender, cuando me miraba con ojos inexpresivos cada hora, cada minuto del día…. Yo empezaba a desesperarme -lo admito- y cada vez mi desesperación era más grande, menos flexible, menos soportable. Y la de ella también, ella se frustraba, ella se molestaba, ella exigía, se quejaba de mí, demandaba, demandaba, demandaba.
No obstante, creo que ella donde esté y yo aquí donde sigo mi camino, nos hemos terminado liberando de ese maldito señor Parkinson que nos torturó con su maldición, que se rió de nosotras durante casi diez largos años, como otrora los dioses griegos lo hicieron con los mortales. Ese maldito que nos hizo creer que estábamos molestas la una con la otra, mientras disfrutaba viendo cómo una madre y una hija que se adoraban tenían momentos en los que ni se soportaban: la una, por ser prisionera de un cuerpo que iba muriendo quejándose de cuidados que consideraba exagerados -desde luego, no lo eran- y la otra, por ser su celadora.
Ahora, ambas descansamos en paz.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Tienes que estar atenta a los nuevos cambios en tu vida... todo te tomará por sorpresa especialmente tus sentimientos y la distancia con la partida de tu mamá.

El 22 de enero se cumplen 15 años de la ida de mi mamá, sin embargo, me despido de ella todas las noches antes de dormir. La tengo muy viva en mi memoria sólo que ahora me voy acercando a su edad, pareciendo cada vez más a ella a pesar de mi resistencia. Eso pasa con la madres y sus hijas. Llega a ser el camino inevitable de nuestras vidas.

anamaria