
a mi amiga René, porque la idea salió conversando con ella
Este post lo escribo desde la perspectiva medio compleja y medio híbrida que implica ser profesora de secundaria y madre de familia. Advierto que tengo mi gran dosis de culpa en estas palabras. Seré cruda, puesto que ese es el asunto.
Los de mi generación fuimos educados por otra generación que en su gran mayoría fue muy conservadora, vertical, cucufata, y machista. En nuestro aprendizaje predominaban las cosas prohibidas antes que las permitidas, y aunque todos fuimos rebeldes a nuestra manera hubo varias escenas que serían inimaginables tenerlas con nuestros padres. ¿Acaso alguien, a los trece años, le dijo alguna vez a su mamá: ¡Ay mami, ubícate! ?
Ese alto porcentaje de padres de nuestra generación nos educó con el objetivo de entender la sentencia bíblica: te ganarás el pan con el sudor de tu frente. Nada venía gratis, o al menos cómodamente. Para empezar no existía ni delivery ni copy/paste por dar dos ejemplos sencillos. Si querías algo, tenías que esforzarte aunque fuese un poquito. Entonces, crecimos sabiendo lo que era alcanzar una meta sobre la base de saber que para llegar a la cima había que pasar por un entrenamiento que produjera cierto sudor: manejar bien las herramientas, plantear la estrategia de escalamiento, colocar los pies en lugar seguro, calcular los riesgos y empezar la trepada. Recibimos, por lo tanto, una incomparable y metafórica lección de alpinismo. Caídas, golpes, sustos, pérdidas… y llegamos a ser padres pasando por todo ello.
Suena tan lindo y pedagógico en el papel que cualquiera diría que siendo seres inteligentes educaríamos a nuestros hijos de esa manera, puesto que mal o que bien las cosas había resultado y habíamos alcanzado nuestras “cimas”. No obstante, sabe Dios cuándo… en algún momento tomamos la decisión de dejar las lecciones de alpinismo para llevar a nuestros hijos a descubrir que era más fácil ser educados por padres que teníamos la necesidad (casi fanatismo) de darle a nuestros hijos todo aquello que nosotros no habíamos tenido. Para empezar, un mundo en el que predominaban cosas permitidas antes de las prohibidas, pregonar ser (pseudo) liberales, horizontales… Encima, para ayudar a estos padres, cuando empiezan a salir del cascarón el sistema educativo les ofrece un ingreso a la universidad al que le falta el papel de regalo...
¿Resultado?: tenemos unos “maravillosos” adolescentes que con el permiso de mis lectores, todo les llega al pincho: estudiar me llega al pincho, hacer tareas me llega al pincho, esforzarme un poco me llega al pincho, hacerles caso a mis viejos me llega al pincho, guardar mi ropa me llega al pincho, recordar lo que tengo que hacer me llega al pincho… Tienen calzón de cemento, arrastran los pies cuando de cumplir con sus obligaciones se trata, usan atajos, creen que se merecen todo y no agradecen por nada: la ley del mínimo esfuerzo… no necesitan más. Para coronarlos: ni siquiera son rebeldes en esencia, porque como la tienen tan fácil no tienen de qué rebelarse realmente. El “alpinchismo” es su credo, su religión, la postura que han adoptado lo refleja, desde la forma que tienen de pararse, de sentarse, de vestirse hasta de pensar en el futuro.
Sé que he generalizado, pero también sé que muchos se identificarán aunque sea un poquito con lo que he dicho. Y para terminar solo agrego que me da miedo pensar en qué tipo de padres tendrán nuestros nietos.